Dicen que “uno propone y Dios dispone”. Pues bien, hoy día no hicimos el City Tour, como estaba planificado…. Al parecer, por un error en la compañía que debía programar nuestro paseo por Berlín, nos enviaron un guía que venía preparado para llevarnos a Sachsenhausen, un campo de concentración en las afueras de la ciudad. Como somos flexibles, nos subimos al tren y partimos rumbo a Orianenburg.

 Sachsenhausen tiene su origen unos años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, específicamente, en 1933, cuando las tropas de asalto del partido nazi instalaron, en una antigua fábrica de cerveza ubicada en el centro de Orianenburg, el primer campo de concentración de Alemania. Su objetivo era trasladar a sus opositores políticos, con la intención de reeducarlos, lo que en realidad era sólo una manera de presentar al mundo sus supuestas buenas intenciones. Poco tiempo después, el campo pasa a manos de la SS.

El año 1936, bajo las órdenes de Himmler, se construye, en un bosque cercano, utilizando como mano de obra a los mismos prisioneros, el nuevo campo de concentración, en el que se calcula que hubo más de 200.000 prisioneros, no sólo políticos, sino también personas consideradas inferiores por el régimen, como judíos, gitanos, homosexuales y enfermos mentales, sólo por nombrar a algunos. Entre 50 y 60 mil personas murieron en esas dependencias entre los años 1936 y 1945.

 Su construcción fue cuidadosamente calculada, con expertos arquitectos, ya que sería el “modelo” para futuros campos en otros lugares del país y Europa. Finalmente, la realidad superó las necesidades y el “modelo” no fue replicado en otros campos de prisioneros.

 Cabe señalar que Sachsenhausen no fue un campo de exterminio como tal, y las muertes se producían por asesinatos, maltratos, enfermedades, hambre y trabajos forzados. En los tiempos finales de la guerra, se ordenó asesinar a prisioneros que llegaban desde otros lugares, entre ellos, un convoy de 10.000 rusos que fueron conducidos a Sachsenhausen con ese objetivo. Por esa razón, el lugar no contaba con cámaras de gas, pero si con todo el resto de las instalaciones para provocar el máximo sufrimiento y degradación en sus prisioneros.

 A fines de abril de 1945 el campo fue evacuado por los mismos nazis, quienes en las conocidas “marchas de la muerte” asesinaron a todo aquel que no pudiera marchar al ritmo de los captores, más de 1.000 personas, dejando finalmente abandonados a su suerte a los sobrevivientes y, arrancando ellos de las fuerzas rusas que ya estaban muy cerca.

 Fueron los soviéticos quienes liberaron a los 3.000 presos que yacían en la enfermería del campo, además de médicos y enfermeros que no marcharon con el resto. Sin embargo, su estado lamentable determinó que muy pocos de ellos pudieran sobrevivir.

 Entre 1945 y 1950, Sachsenhausen siguió siendo utilizado como campo de concentración, pero esta vez, en manos del servicio secreto soviético, NKWD precursor de la KGB. En esos años, más de 60.000 personas pasaron por el lugar, de las cuales, 15.000 murieron por enfermedad y desnutrición.

Con esta breve historia en nuestra mente comenzamos el recorrido por el lugar. El acceso, con la puerta de fierro y las palabras “Arbeit macht frei” es el primer encuentro con la realidad de hace 80 años atrás. A medida que fuimos recorriendo el lugar, escuchando las explicaciones del guía y observando las exposiciones montadas en diferentes lugares, fuimos siendo conscientes de cómo era la vida, y la muerte, en un campo de concentración. Desde la torre A, con vista a todo el campo y con una gran ametralladora lista para disparar en cualquier momento, hasta la estación Z, llamada así la salida de los hornos de cremación, el lugar está envuelto en un ambiente de dolor, tristeza, impotencia e incomprensión sobre el punto hasta dónde puede llegar la humanidad. También se vive el respeto, la valoración al otro y, al menos para mí, un sentimiento de responsabilidad sobre nuestro rol para que, en este mundo, nunca más se lleguen a cometer crímenes de odio como el que hoy día tuvimos que reconocer.

 En estos días tendremos nuestra reflexión semanal con los alumnos y, al menos de mi parte, será un tema importante de tratar.

 Después de una mañana dura en sentimientos y emociones, dimos la tarde libre para los alumnos. Salieron juntos y nos reencontramos a la hora de comida.

 Con el slogan “hoy es viernes” están preparados para llegar a acuerdos de cómo van a celebrar el inicio de este fin de semana.

 Buenas noches para todos.


                                         





 

 



 







Comentarios

  1. Qué impactante relato, Pati.
    Gracias por tomarte el tiempo cada noche para compartir las experiencias vividas con toda la comunidad.
    Estoy de acuerdo contigo: NUNCA MAS!!!!

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